De pronto me encontré ahí, a oscuras, con cinco pisos de escaleras negras bajo mis pies. No veía ni mis dormidas manos ni los fríos escalones, y los barandales hechos de ramas podridas y humedas eran mi única guía. Solo la nada frente a mis preocupados ojos, aunque estaba seguro de que el lugar era cerrado, ya que un fétido olor y un aire viciado ascendia de forma constante. Comenzé a saborear sangre y podredumbre, y lograba escuchar los lejanos lamentos de los espectros de las bestias arrepentidas. El primer piso a bajar era el mas difícil, pero no quería quedarme en la tan amenazante oscuridad. Podía percibirlo todo con mis sentidos, menos con el de la vista. Entonces era claro que debía avanzar sin medir las consecuencias. Nada podía ser peor que semejante ignorancia.
Contaba los escalones con mis cuidadosos pies, para saber después cuantos pasos debía dar. Cinco adelante, tres para girar y cinco para llegar al siguiente piso, donde por unos segundos iba a descansar. Y a oscuras descendí con los pies temblando y el corazón oprimido, ¿Quien me ayudaría si caía? Así seguí tres pisos mas cuando pude ver una tenue luz que subía desde una brillante puerta en la planta baja, la cual me llevaría, aparentemente, a un lugar mejor. Ya sin tanto miedo volví a confiar en mis ojos más que en mis ya descomprimidos y calmados pies. Mi nariz empezó a percibir un cambio en el aire que comenzaba a subir fresco y renovado, y las ramas del barandal empezaban a tener algo de vida, como una enredadera llena de brillo, sin espinas ni musgo. Los lamentos eran cantos ahora y en mi boca no había sabor alguno mas que el de mi insípida saliba. El último piso a descender fue simple, y al llegar vi la Gran Puerta Blanca. Fue en ese momento, cuando mas relajado me sentía, que los ví frente a la puerta; el alma de cientos de personas amontonadas. Habían tenido el valor de bajar por las oscuras escaleras hacia lo desconocido, pero nunca tuvieron el coraje de cruzar la puerta de luz. Algunos estaban ahí desde hacía días y otros vieron pasar decadas enteras parados en el mismo lugar.
Crucé la línea con mucha tristeza por ellos, aunque un sentimiento de paz, amor y libertad invadió mi alma cuando me encontre del otro lado. Pero tenía que hacerlo, tenía que mirar hacia atrás pues siempre fue inevitable en mi. Y entonces la ví, con los ojos aterrados, envejeciendo, mirandome pasar del otro lado mientras ella seguia inmovil al frente de la multitud.
Yo me anime a cruzar a la luz, y pese a la libertad que me rodea durante cada dia de mi vida, sigo siendo preso de mi voluntad, de querer liberar a los apresados.